Pasar la aspiradora un sábado a las ocho de la mañana, disfrutar de un programa a todo volumen o convertir una simple reunión de amigos en una fiesta salvaje son algunos ejemplos de cómo el vecino insoportable del chalé de al lado o la vecina del piso de arriba pueden llegar a sacarnos de nuestras casillas.
En esos momentos, respirar y contar hasta diez ayuda a mantener la calma e ignorar tales molestias. Piensa que, en realidad, no son para tanto. Lo más efectivo es que recuerdes que, por suerte, tus vecinos no son tan insufribles como estos:
El afanador de muebles
En Washington, un hombre aprovechó un fin de semana en el que sus vecinos no se encontraban en casa para hacerse con los muebles de su salón. O, más bien, para intercambiarlos, porque a cambio les dejó un antiguo sillón reclinable y un mueble para la televisión.
Cuando la pareja de la propiedad regresó el lunes, no solo descubrió el cambio, sino también el ‘ticket’ de compra de una pizza que señalaba al culpable. Una vez detenido, el vecino le contó a la policía que pensaba que la pareja se había mudado y que el intercambio fue producto de la cogorza que llevaba encima.
El ladrón de identidades
La relación entre los Callahan y su vecino Anthony Sagglioca era amistosa, tanto que les llegó a invitar a un partido de fútbol americano. La cosa se torció cuando descubrieron que Anthony Sagglioca se llamaba en realidad Anthony James David y que, en lugar de haberles invitado al partido, habían sido ellos mismos los que habían pagado las entradas.
David había aprovechado para hacerse con la tarjeta de crédito de los Callahan y gastarse alrededor de 2.600 euros. Ya tenía experiencia en eso de robar identidades. Hasta diez veces ha sido detenido por esta causa.
La grosera
Hace algo más de una década, Tina Rose, residente en Chino Hills (Los Ángeles), instaló en su jardín un estanque koi. La decoración no gustó a la vecina de al lado, pero Rose, en lugar de quitar el estanque, decidió hacerle algún que otro apaño. En concreto, colocó una piedra vertical encima con la apariencia de un dedo anular alzado. Un cambio que propició que, con el tiempo, ambas vecinas se olvidaran del problema.
La macabra
Jeanne Wilding, residente de Bottomley (al oeste de Yorkshire), tenía como ‘hobby’ llenar las calles de basura, trozos de cristal y excrementos de perro, y no pedía permiso para entrar en el jardín de sus vecinos y colocar cadáveres de cerdos y conejos – momento que también aprovechaba para hacerse con algunos bienes ajenos. Aficiones que llevaron a Wilding a la cárcel durante 66 semanas.
El fiambre con coche
En el barrio de Jacksonville, en Florida, Paula Ariail se extrañó de que su vecino, el anciano Paul Douglas, no hubiera salido de su casa durante semanas. Preocupada, se acercó a la casa y, tristemente, se encontró el cadáver del señor Douglas.
El anciano había muerto por causas naturales, aunque eso a Ariail no le importaba demasiado. Aprovechó el fallecimiento de su vecino para hacerse con todo lo que había en la casa: las tarjetas de crédito de Douglas, su talonario e incluso su coche. Poco tiempo le duró la alegría, sin embargo. Acabó arrestada cuando la pillaron conduciendo el coche del fallecido.
El ‘abusador’ de flotadores
¿Imaginas salir al jardín de casa y encontrarte a tu vecino manteniendo relaciones con el flotador que tienes en tu piscina? Esta misma escena la ha vivido dos veces la familia víctima de Edwin Tobergta, un ciudadano de Ohio que siente una predilección insana por los objetos inanimados, razón por la que ha sido arrestado hasta en siete ocasiones.
El millonario caprichoso
Michael Carroll, un joven británico de 20 años, consiguió ganarse el título del peor vecino de la ciudad de Norfolk. Carroll invirtió los 13 millones de euros que le tocaron en la lotería en montar un circuito de carreras en el jardín de su casa.
A diferencia de otros, el circuito de Carroll se caracterizaba por celebrar carreras las 24 horas del día. Un hecho que no gustaba demasiado a los vecinos, ya que tanta competición generaba ruido y grandes cantidades de polvo. Algunos residentes intentaron hablar con él, aunque resultaba un tanto imposible tratar con un hombre al que le entusiasmaba ver coches estrellándose y atacar a su hermana con una espada samurái.